" No le estaba permitido ser a la vez inteligente y mujer. Captaba muy bien que ni su carácter independiente ni su nivel cultural gustaban, sabía que con su físico esbelto y bien formado sería mucho más popular con los hombres si se limitara a sonreír, sin hablar cosas de fondo. Los hombres las prefieren gansas".

domingo, 20 de octubre de 2013

Mi primera cita

Estaba nerviosa, no lo puedo negar. Era mi primera cita con él y me preparé para que me encontrara en perfectas condiciones. Me bañé y luego usé el perfume que mi mamá guarda en su tocador. Es caro, pero traté de que no notara ni el olor ni la cantidad que bajó del envase. Así que tomé mi bolso y le dije "chao mamá" desde lejos. Ella sabía que me juntaría con él, no creo que mi impertinencia le molestara.

Pedí un taxi, tenía que llegar a la hora. Sólo conocía su nombre, pero no nos habíamos visto antes. No sabía como sería, ¿apuesto? ¿Alto? ¿Bajo? ¿Moreno? ¿Caucásico? Me daba igual, sólo quería llegar y verlo.

Bajé del taxi con descuido, por lo que la delgada gasa de mi falda se atoró en el asiento. Tiré de ella fuertemente, por suerte no tuve mayores consecuencias. Vine todo el camino pensando en el momento en que vería su rostro, mientras el taxista hacía preguntas y comentaba acerca de los personajes que veía pasar. ¿Le sonreiré? ¿Trataré de ser seria? ¿Le podrá molestar? ¿Cuáles serán mis primeras palabras y cuáles las suyas?

Ingresé al edificio y tomé el ascensor rápidamente. Tenía anotado el piso y el lugar donde me esperaría. Yo sabía que no debía preocuparme, que todo saldría bien. Esperé unos minutos, sentada impaciente, de verlo, de conocerlo. ¿Sería como lo imaginé?

De pronto oí mi nombre y supe que era él. Me llamó a lo lejos, pero conocía mi nombre perfectamente. Yo también sabía el suyo. No era precisamente lo que esperaba, quizás tenía unos cuantos años demás y unos centímetros de menos, "¡qué más da!", pensé. Así que me levanté de mi silla, procurando que el problema con mi falda en el taxi no fuera demasiado notorio como para que él pudiera divisarlo. Todo debía salir perfecto.

Nos sentamos frente a frente y nos miramos. Yo sonreí. Sí, es cierto, no pude parecer seria, me traicionaron los nervios. Hablamos de la vida, aunque claro, él hacía las preguntas y yo me limitaba a responderlas, extasiada de sentir que tantas cosas le interesaban de mí.

Hasta que hizo la pregunta que estaba (o quizás no) esperando: "Esta es tu primera vez, ¿cierto?". Una nube nubló mi menté, mis mejillas y todo mi rostro de tornó escarlata, mis manos comenzaron a tiritar. Ya no sabía qué decir.

Con calma tomó mi mano y me dijo: "no te preocupes, todos tenemos nuestra primera vez, no pasará nada malo". Mi corazón se detuvo cuando me pidió que me recostara, un tanto con la mirada, otro tanto con su cálida voz. Estaba petrificada, pero tan feliz.

Procedí a recostarme, aunque no entendía que estaba haciendo. El me ayudó con mi cabello y acomodó suavemente mi cuerpo, tal como él deseaba que estuviera. Levanté mi falda y lentamente bajé mis calzones. Mis piernas temblaban y mi corazón latía como una locomotora. Cogió cada una de mis piernas y las abrió como si fueran dos raudas antenas que necesitaban sincronizarse. Puse mi cabeza hacía atrás y comenzó.

Sentí como él tenía ganas de hacerlo y sin decir nada, yo me dejé llevar. Sus movimientos eran tan finos, sentí sus dedos cálidos dentro de mí. Con suaves masajes intentaba encontrar algo que yo no sabía estaba allí. Tocó partes sensibles, que me prohibían contenerme.  Cerré los ojos y esperé que terminara. Me sentí plena, llena de dicha, alucinada, ¡a punto de explotar!

En un momento ya todo había terminado. El dijo que todo estaba bien, que la situación no era nada de temer. Sólo lo miré fijamente a los ojos, queriendo agradecerle el momento que pasamos juntos.

Volvimos a sentarnos frente a frente, ahora con más confianza, más serenos, cómplices. Me pidió que repitiéramos nuestra cita cada seis meses, que no había necesidad de vernos con mayor frecuencia, a menos que yo expresamente lo quisiera así. El, claro está, no tenía problema alguno en verme cuando yo quisiera, sólo tenía que planificar las citas.

Me paré lentamente de la silla y procedí a besar su rostro, él fríamente estiró su mano.

" Hasta pronto", me dijo.

"Gracias doctor", respondí.









jueves, 29 de agosto de 2013

¿Cómo doblarle el brazo al destino? ¿Doblárselo, rompérselo, quebrárselo, dejarlo manco? ¿Es tan fácil como muchos señalan? "Oye, pero dóblale el brazo al destino, está en ti no más, juégatela". Mmm, no sé la verdad.

Si caigo en un transfondo demasiado espectacular estaría casi blasfemando tonterías de amistad. Hay buenas y malas percepciones respecto a un camino. De todas formas, todo tiene un verdadero sentido y está demás aclararlo, cuando se conoce claramente cuál es y de dónde proviene.
Da lo mismo ahondar demasiado en subjetividades, pero es necesario realizar la actividad de soltar malas vibras y a veces descargar energías que caen sobre los hombros, como lluvia de meteoritos galácticos.

La Monosílaba

Desde un tiempo hasta ahora digo poco y nada. Vaya a saber porqué.

¡No soy Morgan Freeman!

No soy Morgan Freeman, ¡diantres!, no lo soy.
¿Qué le pasa a este hombre? ¿Cree que su guión me dejó pensando? ¡Falso!
No soy Morgan Freeman, anciano, buscando una playa desértica de la costa de México luego de años tras las rejas.
Te dije Dios, "yo no soy Morgan Freeman, ¡maldita sea!".
Pero sí soy lo que representa.

Aquí estoy hoy. Soy un zombie, un reo que ha cumplido su condena.

sábado, 15 de octubre de 2011

Cristo no muere

Cada día, una y otra vez, en cualquier parte del mundo, lo volvemos a matar. Cada día, una y otra vez, cada minuto El muere. El muere y resucita al instante para volver a morir por nosotros. Nos mira desde lejos y baja... y se inmola. Cada día, una y otra vez muere por nosotros.

Despierta agotado y se entrega. Lo predice, pero aun así se entrega. Muere por nosotros en cada paso de nuestras vidas, resucita y vuelve a morir. Revive.

Cada vez que tu mente genera malos pensamientos y los practica, cada vez El muere.

Cada vez que eres egoísta, cada vez que piensas en ti mismo, cada vez que duermes caliente en tu cama mientras el otro muere de frío, El también muere.

Cada vez que la impotencia te ciega, cada vez que deseas venganza, cada vez que tomas la justicia por tu manos,, cada vez El también muere.

Cada vez que das vuelta la espalda, cada vez que miras bajo tu hombro, cada vez que te escondes en seudónimos, en estandartes, en falsas jerarquías, cada vez El también muere.

Cada vez que hieres, cada vez que tiras la piedra y escondes la mano, cada vez que lapidas, cada vez que no ofreces tu otra mejilla, cada vez El lo hace por ti, porque El también muere.

Cada vez que rechazas, cada vez que ignoras, cada vez que no das el paso, cada vez El te espera que lo acompañes, porque cada vez El estaría dispuesto a morir por ti.

Cada vez que sangras, cada lágrima que lloras, cada vestidura rasgada, cada golpe, cada ira, cada día, El muere en silencio.

El muere cada día, contigo sufriendo, contigo infringiendo dolor, contigo infringiendo muerte, El muere contigo, El muere por ti, El muere por tu causa. El muere porque no piensas, El muere porque sientes y porque no sientes, El muere porque no aprendiste nada y El muere porque quisiste saber todo. Y seguirá muriendo.

Porque cada día es un día nuevo, El nacerá para morir. El se entregará por ti. El sabrá lo que haces y lo que no haces y a diferencia tuya no juzgará, se entregará por ti.

Como el amigo que da la vida por el otro, el volverá, una y otra vez a morir por ti.

El sabrá cada paso que das y en el momento que tropieces, El dará su vida por ti.

Su cuerpo y su sangre dará por ti, como en un banquete. Y te dirá que lo disfrutes porque lo hace por ti. Y cuando lo llamen a causa tuya, silenciosamente volverá a morir por ti.

El te perdona, porque muere por ti. Cada día, el cualquier parte del mundo, El muere por ti. De hambre, de dolor, enfermo, preso, pobre en la calle, sin deseos de vivir, El te da la oportunidad de morir por ti.

Si El muere cada día, una y otra vez por ti, ¿por qué no vives un poquito por El?

jueves, 2 de junio de 2011

Todos somos iguales

Todo comienza cuando cumples una meta y te replanteas qué sigue luego. Te detienes y miras a tu alrededor y concluyes: "bajo esta experiencia, ¿he adquirido yo más valor? ¿Puedo decir que algo ya me hace superior?". Inclusive todo aquello que como seres humanos nos da valor, nada de eso nos hace superior. Se entiende que todos nacemos de la misma forma y vamos a llegar al mismo destino, entonces, ¿por qué algunos creen tener superioridad sobre otros?

Bajo el planteamiento de aquella superioridad, yo distingo que no soy superior a ustedes ni al resto, ni a quién podría leer e inclusive a quién no podría leer estas palabras. Saber más no me hace superior, tener más no me hace superior, nada hasta el momento, he concluido, me hace mejor.

Entonces, yo no soy mejor que usted ni que aquél, tampoco mejor que ellos. Pensamos y meditamos qué nos hace humanos y no hay nada en estricto rigor que faltase que nos quite la calidad de humanos. Pero, según corrientes religiosas, filosóficas e incluso económicas, sí, somos superiores. Y nos gusta enrostrar que somos superior y que tenemos dominio sobre el otro sin importar quién sea ese otro.

Luego, yo me detengo y miro, ¿de qué podría ser yo superior si lo que sé y lo que tengo no me hacen superior? De ellos. Pues no, definitivamente no lo soy. De hecho, soy inferior, porque no tengo un propósito en la vida, porque no sé para que estoy ni para qué, en un futuro, estuve. Ellos sí lo saben y ni siquiera lo razonan.

Por tanto, me defino animal, con los mismos instintos, con las mismas reacciones químicas, físicas y neuronales que ellos, soy animal. Un animal con razón, por cierto. Ahora, claro, como yo no tengo un supuesto propósito en esta vida ni tampoco tengo superioridad alguna, cómo determino qué rol cumplo en esta sociedad multi especie, cómo, aun más allá, tengo el derecho a situarme en cierta posición de la cadena alimenticia. Ejercimos nuestros derechos, pensará la gran mayoría. Sin embargo, ¿Hasta qué punto mis actos perjudican a otros, desequilibran el perfecto equilibrio natural? Es tal el punto de nuestra galaxia centrada en nosotros mismos, que los actos se ejercen por derecho, suponemos "natural", basado en la maravilla de razonar. ¿Y ese razonar qué implica? Que al menos podemos determinar las consecuencias de nuestros actos.

Físicamente ellos son iguales que nosotros, poseen una infinidad de terminaciones nerviosas, sienten miedo, ansias, pena, cansancio, alegría, tienen un corazón bombeante y, me atrevería incluso a decir, un alma con el cual llevan a cuesta una vida. Pero suponemos que no tienen razón. Y yo concluyo teóricamente, que esa razón les permite mantener el equilibrio, un equilibrio en el cual nosotros intercedemos.

Así, comerlos, aprovecharnos de sus "supuestos servicios", incluso, domesticarlos resulta la causante de exterminar ese preciado equilibrio. No hay necesidad de imaginar lo que significa extinguirlos. Porque no tenemos motivo para estar acá o el motivo que alguna vez tuvimos lo perdimos. Entonces, creemos hacer lo correcto porque somos superiores, superiores a ellos, superiores a nosotros mismos.

Yo no puedo justificar la necesidad de ser superior, no la necesito, prefiero vivir en armonía e involucrar mis actos lo menos posible en la perfección. Yo soy una más, un animal más, uno que razona y si yo puedo razonar lo más justo es hacerlo desnuda ante todo prejuicio.

lunes, 28 de febrero de 2011

Todavía me pregunto porqué nos hiciste tan distintos.
Porqué nos alejastes con kilómetros extensos de montañas, climas e idiomas.
Yo trato de entenderlos a ellos, ellos quizás ni siquiera se cuestionan por mí.
Pero yo trato de diluscidar qué querías, qué esperabas.
Me pregunto y me pregunto; y qué gano con contestarme.
Yo no entiendo tu afán, sinceramente no lo entiendo.
¿Nos pusiste leyes? ¿Leyes que sólo algunos seguirían en la infinidad de mentes que creaste?
Yo me pregunto todos los días porqué llegas tan afanosamente a algunos y a otros no les soplas ni los vellos.
A mí me parece extraño, muy extraño.
¿Y por qué tendrías que odiar al resto?
¿Es cierto que nos dejas a nuestro azar?
Yo me pregunto y te envuelvo en preguntas y cada día te posiciono otra y sé que pregunta tras pregunta jamás podré llegar a encontrarte.
Tanto mundo nos hiciste, pero mentes tan pequeñas.
¿Cuál fue la necesidad de darnos conciencia? ¿Crecer?
¿Por qué me permites preguntar?
Yo los miro y no entiendo.
¿Cómo nos podemos poner de acuerdo? Yo te pregunto, tú me respondes.
Yo trato de entender la naturaleza de tu creación, veo tus causas y sus efectos, entiendo tu perfección, pero aún así, no entiendo la finalidad.
¿Existe justificación realmente?
Quisiera tener una tan extensa comunicación contigo, emisor y receptora.
Intentémoslo.
Yo sigo averiguando, sigo preguntando, sigo uniendo cabos y Tú, Tú vas respondiendo, de acuerdo a tus sutiles recursos.

lunes, 24 de mayo de 2010

Útero seco

No voy a parir, le declaro al mundo que no pienso parir.
No, por mi entrepiernas no saldrá una cabeza sangrante, porque no se engendrará el ser que la porte.
No voy a parir, porque no quiero.
No voy a traer a la pudrición un ser inocente para moharse dentro del cajón.
No le traspasaré ni mis miedos ni mis frustraciones. Simplemente, no lo traeré.
Para que pase 5 años de su vida siendo un solitario estorbo, distante de sus padres, a los que tal vez podrá ver 3 horas al día, porque mañana hay que levantarse temprano y empezar de nuevo.
No, no tendrá que partir en su plena inocencia a agotar sus energías con una pseudo educación que sólo lo pulirá como esclavo de otros que lo querrán machacar.
No, no pienso parir, ¿y qué?
Para que luego se convierta en un zombie viviente que debe agachar la cabeza y lamer culos porque necesita comer, porque el mundo le insta a consumir más de lo que él mismo necesita, porque ya se le crió para ser esclavo en un sistema que le fue consumiendo el alma lentamente, sin que él mismo lo notara, para cuando sea demasiado tarde no pueda poner marcha atrás, porque ya se subió al tren de una sola línea.
Y así he decidido que no pretendo, pienso, ni quiero parir.
No andarán mis genes repartidos por allí.
Qué bueno, podré descansar en paz.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Héroe épico

Viniste de lejos, cruzaste océanos, mares, ríos, montañas, desiertos, selvas, caminos y pedreros. De tan lejos viniste. De tan lejos con espada en mano.
Cepillaste el cabello blanco de tu caballo, pusiste sus monturas y te atreviste a emprender el viaje.
No había consuelo en mi corazón, no había compañía junto a mi piel.
Tú no lo creías posible, la piel te ardía con el sol y la sal te había quemado los labios. Te esforzaste tanto por algo que ni siquiera creías fuera real. Tu caballo venía contigo.
No era fácil el camino, no era fácil el destino.
Tejía enormes mantos con mis miedos, los zurcía
de temores, para esconderme luego bajo sus ropajes y no sentir el fuego que él expelía.
Tomaste valor, claro que lo hiciste. Cabalgaste hasta los pies del castillo y no titubeaste en subir peldaño tras peldaño para alcanzarme.
Las paredes eran altas, los puentes estaban corroídos por el óxido.
Mas no te importaba, estabas cubierto de una pesada armadura forjada de valentía.
Yo no te veía, cómo hacerlo si me tapaba un muro de piel y colmillos.
Pero sentía tu cálido abrazo cerca.
Ese dragón no sabía. No sabía que el amor se consigue con amor.
Encerrar princesas no es la solución a su soledad. Ellas deben correr a los brazos de sus príncipes.
Atemorizan con llamaradas de fuego, lanzan odio por los orificios de la nariz. Te amedrentan con sus colmillos. Pero tú confías.
Las princesas confían en sus príncipes, en sus liberadores.
Tú corriste con tu espada. El te hirió el costado, perforó tus costillas, quebrajó tus huesos.
El hizo arder tu piel en llamas, él gozó de tu desdicha.
Pero eres fuerte, tu corazón no cede. Yo sé que no cederá.
Mientras todo se veía destruido, tú renacías de las cenizas, yo escuchaba tus latidos.
Rápidamente corrí a la ventana y vi tu silueta vigorosa en pie.
El daba su lucha, sus últimos alientos para derrotarte.
Tuve mucho miedo, siempre tuve mucho miedo. Las doncellas no acostumbran luchar con dragones sedientos de amor.
Até las mantas que con tanta
desilusión tejí y me atreví a saltar la cobardía.
El viró su mirada hacia mí. Me mordió una pierna y rasgó
mi cintura, pero tenía fuerza.
Escupió el fuego más hirviente que pudo dar con sus pulmones alquitranados y logró rizar mis cabellos.
Pero alcancé tu regazo,
olí tu cuello, besé tus labios. Tomaste fuerzas y le diste un certero espolonazo en su agrio corazón. Muerto.
Bebí de tu sed, tomaste mi alma y la
resguardaste en tu cofre. Te di todo lo que tenía y que nadie pudo arrebatar ni podrá jamás.
Te amo con la fuerza de mi Espíritu.
Y en cada epopeya épica yo cantaré tus cánticos. Yo soplaré fuerte a la distancia, para que la brisa danzando con tus cabellos te recuerde que estoy allí.
Te amo

domingo, 18 de octubre de 2009

Se habían ido corriendo a ver si alcanzaban el tren. Ella sollozaba más de la cuenta, porque su barriga pesaba más de la cuenta. Cantaba y danzaba a pasitos cortitos para olvidar aquella situación.
El le metía la mano por la nuca y jugaba con su pelo. Era relativamente corto, porque extrañamente se le había estado cayendo más de costumbre.
Estiraba sus brazos e intentaba penetrar los ojos brillantes de frío con que él la miraba.
A veces terminaba sentada sobre sus rodillas, cuando él la protegía en su regazo.
Aquel día no lo hizo.
Ella no pudo retirar el pañuelo que guardaba en su bolsillo, tuvo que hacer uso de sus mangas.
El ya había puesto todo el peso del bolso sobre sus hombros y soltaba su mano.
Algo dentro le dijo que volvería.
El no estaba seguro.
Aquella noche no durmió y tal vez no dormiría las siguientes noches. Su rostro en el vidrio era una imagen perpetua.
El le dijo: Te amo Amalia.
Ella gritó: Yo te esperaré.
Nunca más olvidó el sonido de la máquina partiendo. La guerra se lo arrebató allá a lo lejos, donde el tren lo había desovado.

jueves, 24 de septiembre de 2009

La extraña enfermedad

A veces escupía sangre por la boca y otras tantas un fuego amarillento pálido que no se alcanzaba a percibir como excremento a pesar que creyó que las naciones se habían unido su casco ya no le protegía de las náuseas que recorrían sus extrañas y le hacían caer de rodillas sobre sus vestimentas púrpuras como la misma sangre que expelía a chorros y otras veces no tanto sin taparse la nariz.

Había cortado un par de flores tal vez para regalárselas a alguien que tal vez olvidó también para conservarlas como le había conservado tal vez la amistad de aquellas noches calurosas sobre el heno que masticaba el caballo que los había oído sollozar tantas veces y otras tantas gemir de placer.

No entendía que hacía que su piel se llenara de escamas descascarándose más rápido de lo que secaba sus lágrimas que alguna vez desechó para nunca más cerrar la llave con la que terminaba de expeler risas y gritos de sangre por la boca sangrante.

Había recorrido distancias enormes para encontrarse con lo que tanto esperaba desde hacía décadas y siglos para determinar que dónde había llegado finalmente no era más que el principio de un camino que no tenía perspectiva alguna de terminar más allá de los vellos de sus brazos brillantes y dorados como el sol que le golpeaba la cara generándole una carraspera que no paraba a pesar de escupir toda la saliva sangrienta que llenaba sus amígdalas.

Esa tarde no comprendió porqué las aves volaban hacia el sur buscando nidos desechos por el viento ácido que le había quemado el casco y devorado sus cabellos nítidos como el reflejo que en ese mismo instante producía el riachuelo con el que llenaba su cantimplora de recuerdos y canciones tatareadas por su abuela.

Recordaba sus huesos retorcidos por los tan ansiados bailes donde le veía tal vez con alegría tan vez ni le veía aunque sólo sus hijos se mantenían cuerdos sin poder pestañar porque el fuego ya le había eliminado por completo los últimos pelitos que dejó el invierno.

Vamos a seguir adelante porque no nos puede detener un bus en su estación esperando el cambio de turno ni porque las encías se deshacen mientras los colmillos crecen hasta romper los labios que tanto han besado quizás tan poco que la lengua no ha conocido sabor alguno a derrota ni compasión ni amor dicen.

No pretendía deternerse ahí porque tanto había luchado para terminar lo que tantas lunas le había costado a la espera de que llegara y llegó un día que no esperaba pero esperaba tanto que las ansias le carcomieron las entrañas impidiéndole generar vida cuando la vida se anida en lo más profundo de su ser.

No ha de desesperarse pues las medicinas curan llagas de tormentos y diluyen la sangre que se coagula por allí en alguna que otra venita que pretende explotar cuando las balas cruzan apenas la piel de reptil.

Acá está su cuerpo ya sin vellos ya sin piel y sus entrañas deseosas de espera que tal vez serán vencidas por algún veneno de araña mosca pájaro ave nube cielo azul luz y noche.

Canta feliz las dichas de tener sangre.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Así como así:

Hoy es la Tigresa del Oriente.








Mañana no continúa felina.

miércoles, 3 de junio de 2009

La que calla

La que calla no es muda, sólo calla.
Muchos se han preguntado porqué no emite palabra alguna.
Sólo omite.
La que calla traga y retiene. La que calla no suelta.
Ahí está sentada en su banco habitual, mirándonos a todos pasar.
La que calla no dice hola.
Mucho menos se despide.
La que calla no logra soltar gaviotas de su garganta.
La que calla las devora.
Ha callado siempre, me causa temor.
Tal vez un día grite una bomba nuclear, he pensado.
Pero se ve tan serena.
La que calla pareciera no tener otro sentimiento más que el silencio.
La que calla asume.
La que calla no ríe, no llora.
La que calla es muda de alma.
¿A qué le teme la que calla?
¿A su voz? ¿A su poca coordinación palabra/pensamiento?
Tal vez no le tema a nada.
Sólo calla.
Calla por amor, sugiero yo.
No sé porqué he llegado a pensar eso.
¿Amor por qué?
No, tal vez ni siquiera calle por amor.
Al menos sé que calla, y es por algo.
Ese algo, un enigma.
La que calla conserva para sí temores,
aungustias, penas y alegrías.
No las cuenta a nadie.
La que calla no expresa sentir,
la que calla se echa a morir.
¿Por qué no habla?, se preguntan algunos,
tal vez si le preguntásemos.
No, no dirá la respuesta.
La que calla se la reserva.
Unos dicen que no es feliz,
otros que la inunda una alegría sin final,
la que calla no conoce algarabía ni lugar,
la que calla no obecede a sensaciones paganas.
La que calla calló cuando debía gritar,
la que calla calló cuando debía protestar,
la que calla calló, incluso, cuando debía callar.
Y ahí se encuentra hoy la que calla.
Serena, tranquila, con las venas marcadas en su piel.
La que calla quiere romperlas a mordiscos.
Nunca ha tenido el valor,
prefiere mantenerse estable, pasiva.
Sin embargo, la que calla quiere desangrarse por algo.
La que calla está ahí y estará siempre.
La que calla quiere callar para siempre.
¿Quién le hará el favor?
Seguramente ni alguno ni la que calla misma.
Por lo tanto, su consuelo es mantenerse callada
y que la vida le pase soplando la cara.
La que calla no hablará jamás.

domingo, 3 de mayo de 2009

Mi amor,

Me arrojas un por qué que recibo con letargo.
Agarro pé en el aire y le estrujo su sabor inicial.
Aprieto o con los dientes, degusto erre con mi lengua.
Salivo qú, quemo ú con mi paladar y me atraganto con é sin tragar.
Siento trabajar el estómago, que abre su boca y procesa las letras de tu aliento.
Bajan por mi intestino rozando paredes, haciendo llagas de pudor.
Las siento recorrer mi sangre, mis células, llenar mi cuerpo.
Sin embargo, defeco un por qué completo.

Insistes en la historia que no puedo explicar.
Y desangro las venas de mis ojos por la incontinencia de llorar.
Pero lo siento, el por qué me lo debo reservar.

Quisiera formular el porque, pero arrojo bocanadas de nada.
Doy vueltas en círculo, mordiéndome la cola, no terminando el ciclo.
Es que no tiene pies ni cabeza el porque, ya lo habrás notado.
Por eso el por qué no se puede explicar.

Aún así, yo te lo debo.
Jamás te he entregado el por, así que menos llegaría al qué.
Sólo te devuelvo un para qué, tratando de escabullirme.
No, de qué sirve los porqués y los paraqués.
Esos no existen.
La excusa agrava la falta, me sueles decir.
Te pregunto yo, algo que murió, ¿para qué revivir?

Es normal escapar de la realidad creando una falsa.
Una farsa que no te apetece.
No te satisface, no. No.
Y te preguntan por qué, pero si no lo hay, no,
No lo hay.

Y luego, categorizas las mentiras y las camuflas con “mi versión”.
Intentas que sea un por qué, pero jamás lo será.
Porque el por qué jamás será.

No hay explicación.
Ni siquiera necesidad de reconstruir escenas.
Ni siquiera de reformular pasados vacíos.
Mejor un presente abotagado, que un futuro baldío.

Te amo tanto mi amor.
Tú quisieras un cómo, yo te borro el cuándo.
Tú me cubres con un dónde, yo te rasgo las ropas de un cuál.
Y te amo tanto.

Si quieres un cuánto, yo te regalo un todo.
Pero el por qué nació muerto.
¿Dejémoslo bien sepultado?

jueves, 5 de marzo de 2009

Reflexión.

Sólo a las moscas les encanta vivir en la mierda.



Bueno, no queda más, me marcho con mi mosco.

lunes, 2 de marzo de 2009

A mi Estela

A veces pienso en ti. ¿Te comenté que te he imaginado de muchas maneras?
De todas formas, eres todo lo que yo esperaba. Me perteneces, pero eres tan libre como las golondrinas al emigrar.
Yo te amo con mi alma y aun así no deseo tu llegada y aun así me ilusiona la idea de esperarte cada día.
Y te quiero matar.
Yo te amo y sueño con tu rostro, con tu voz, tus cabellos y tu peso sobre mi cadera.
Lamento deshacerte entre mis dedos.
No espero tu llegada, mas grito tu presencia.
Te sueño cada día y sólo espero no tenerte acá.
Eres mi todo y pretendo que seas nada.
Y te quiero matar.
Vales tu lásgrimas nocturnas, mis sueños desvelados. Todo vales y aun así no eres aún.
Lamento no ser lo que esperabas, ¿sabrás que no soy lo que esperas?
Amo tus labios tirando mis senos, amo que seas tú y que fuiste yo alguna vez.
Me vales la vida.
Aún así no te quiero.
Y te quiero matar...
Tú comprenderás porqué así. Tal vez carezca de comprensión.
Y te imagino y te sueño.
En mi abrazo, en mi regazo, siendo cómplices.
Siendo mi razón de vivir.
Y aún así no te quiero.
¿Me podrías esperar...




... mi Estela?

jueves, 29 de enero de 2009

Aquí estoy, mírame. Me tienes frente a Ti con mi alma abierta gritándote con todos sus pulmones que la oigas y que me oigas.
No dejes que me roce aquella bala loca las arterias de mi corazón y no permitas que el disparo choque mi frente y cruce mi sien.
Haz algo por mí, no me des vuelta la espalda.
Estoy aquí, suplicándote desde lo más profundo de mis entrañas, con un fuego que arde y hierve sin cesar.
Calma mi poca Fe y entrégame tu mano, para apretarla fuerte y desgarrarte los tejidos que te adornan de eternidad y poder.
Sé mi regazo, sé mi Padre, mi Amigo, Mi hermano. Sé mi libertador y mi carcelero.
Tómame a la fuerza, dame bofetazos en el rostro, ya estoy despierta.
Te llamo, te susurro, te imploro.
Estoy aquí, dime que es recíproco.
Eres Todo y eres más que eso. Porque Eres, Fuiste y Serás.
Tú, Tú que todo lo llenas, todo lo conoces y todo lo deseas. Exígeme, desgárrame el alma y hazla añicos en tus cabellos.
Déjame barada en el desierto y sé mi bebida.
Embriágame de Ti.
Pero no me des vuelta la espalda.
Mírame con tus ojos sedientos de venganza y azótame contra el piso.
Violéntame, sólo para luego consolarme y preguntarme si aprendí la lección.
Oh Padre! Que de ti espero todo y no espero nada. Tú que mueves las piezas. Tú que ordenas el orden, desordenas el desorden. Tú que más allá de mí me conoces hasta la médula de mis huesos.
Acompáñame hoy que Te necesito. Acurrúcame en tus piernas y permíteme llorar.
Hoy entrego mi ser a Ti en mis manos abiertas.
Hoy Tú eres el que decide. Que se haga tu voluntad, no la mía, pero que tu voluntad se deje guiar por mis intenciones.
Yo no prometo, pues no cumplo, Tú lo sabes bien.
Yo pido, pero no entrego, Tú lo sabes bien.
Yo soy, pero he dejado de ser, Tú comprendes.
Yo Confío en Ti, porque me llevas cargando en tus brazos y me recuestas en mi cuna plateada.
Porque eres mi Padre y todo sabes de mí.
Por eso te pido, esta vez no me des Tu espalda, dame un fuerte abrazo, rompe mis costillas, pero hazme saber que estás a mi lado.
Que me apoyas.

lunes, 25 de agosto de 2008

A-Marte

Acá escapé, ilusionada sobre una nube no paré. Acá estoy, sentada sobre una roca, y mis ojos y mi boca miran el infinito que jamás alcanzaré. Ok, ok, en Marte desperté. Lo reconozco. Vi bosques y desiertos al paso que daba un paso. Me elevé, me elevé. A medida que el oxígeno se hacía escaso, el corazón sin marcapaso latía más fuerte. Al planeta rojo llegué y con tantos miedos de quemarme… y de quedarme. El cielo no es gris, se completa de arreboles rojizos y sueños enfermizos. Yo callo. Alguien allá al frente me grita de repente: “Acá está la Tierra, que no vuelen tus pies”. Enraizados estaban, claro, cubiertas de maleza y miel. De hiel. Bien puestos sobre la tierra, tierra negativa y atómica, peste de plaga, plaga de pestes, con cielos celestes que se apagan. “Acá estoy bien”, respondo, casi incoherentemente, es que jamás había dado si quiera un salto en que me soltara la gravedad presente. Y ahora estoy ausente, a ver si alguien me extraña.
La otra mañana eché una miradita. Nadie me devolvió el gesto, como si fuera protesta, con mi sonrisa propuesta, viré el rostro. Los gases me adormecían, más yo soñaba. Ya no estaba allá, sentía temor, claro, no quería quedarme siempre, la falta de aire y suelo, me quitaban consuelo de saber quién soy. Quién fui, tal vez. Tormenta de arena. Y me ciego. Bueno, acá huí, de lo que me ata, me mata.
Nunca había estado tan lejos. Un par de veces me invitaron a la Luna, y yo desnuda me dejaba querer. Marte está tan lejos dije esa vez, tal vez ni lo conoceré. Mi cuerpo liviano en la Luna me desesperaba, estaba atada al suelo seguro, cerros y montes de humo que cada día consumo sin contemplarme. Hoy estoy en Marte.
Recorro canales y desiertos, huyo de huracanes violentos, duermo entre los cráteres. Y no me siento bien. Las lluvias de meteoritos golpean muy fuerte, trato de mantenerme sin alimento, pero lo que siento siquiera se compara a lo que dejé allá en mi aposento.
Las noches están llenas de símbolos acá, de seres mudos que gritan caracteres que los ciegos jamás podrán comprender. Ayer vi un par de nubes queriendo formar aves sin escrúpulos que mediante su unión forjaban miedos y sinrazones, corazones sin esperanza.
Acá estoy sola, volando. A veces ando. Otras paro. Ni siquiera tengo sombra acá, como si fuera relevante, es que nadie conoce la soledad de quién no tiene amparo sobre el cual acogerse. Supe de repente que ella me llamaba, desde allá, el suelo de mi tierra que me detiene.
No estoy conforme, tal vez debería continuar en Júpiter, patinar sobre Saturno, dejar de respirar en Urano para caer en un coma profundo en Neptuno y dar alientos de vida en Plutón. No puedo. No puedo alejarme más de mi suelo. Me llama, me tira. Es que ya estoy muy lejos y me espera.
Tomaré una estrella fugaz de vuelta, dejaré estelas en mi camino y una que otra lluvia de meteoritos que quizá nadie notará. No, mejor me desvanezco en una aureola boreal verdosa, encandilo a las osas que pronto parirán y le pido a la gravedad que me haga caer donde siempre debí estar. El suelo.
Tal vez pude haber narrado algo sobre mis castillos, piedra sólida, arena de mar tropical. No. En Marte estoy y quiero volver, pero… ¿y si espero unos días más?
Ok, ok.

miércoles, 16 de julio de 2008

Sin título

Había vuelto la lucidez a mi conciencia por pocos segundos. Admiré las aves cantar, el ruido del motor de los automóviles, los semáforos bicolores, las chispitas chirriantes del riel del ferrocarril combinadas de enérgica electricidad y apasionada agua de lluvia. Y volví. Las neuronas no abren las alas, sólo conversan entre ellas las mismas historias repetitivas de siempre.

Quise apartarme, tal vez saltar al otro lado. Temí. Nunca entendí a que temía, tomando en cuenta que ni siquiera conocía lo que estaba afuera de mi aletargado refugio. Y la conciencia moría como atravezada por la bala de un certero francotirador.

Parecía ciego, mas podía ver. Golpeaba mi frente contra ese muro blanco, manchándolo de rojo carmín y lágrimas de sal. A veces las bebía cuando con timidez bordeaban mis labios. Y los mordía.

Quise atreverme y qué más da. Si no controlo mis movimientos. Ni siquiera me muevo.
Algunas veces viene algo y me cambia de posición. Yo callo. Siempre lo hago, nunca aprendí a sincronizar la lengua y los dientes. En ocasiones utilizo una esponja y me la introduzco en la boca. Me deshago de toda esa saliva innecesaria hasta deshidratarme.

Quisiera de todos modos mover mis dedos. A veces están tan fríos. De repente me los miro y calzo unos con otros. Sigo con la mirada la vertiente de su forma larga y huesuda. Y me los muerdo. Otra vez introduzco la esponja en mi boca.

No conocí a nadie en mis momentos de lucidez. Veía tantas caras, tantas. Me desconcerté. Esperé una distinta, similar a la mía. No la hallé.

Espera por mí podría haber gritado en ese entonces, cuando vi el cielo azul y ese sol radiante que cegaba mi vista ciega.

Quise romper mis limitaciones, tirarme de cabeza al abismo, abrir los brazos, morir hecho pedazos contra el suelo.

Muchas veces siento pulsaciones bajo mi ombligo. No las puedo comprender. Me trato de mover, y sólo alcanzo a cruzar las piernas. Pareciera querer saciar algo, pero las intenciones desaparecen en el momento en que mi mano se intenta mover.

Yo quisiera que me viera. Porqué habría de verme, si yo no me muevo, vivo estático acá, en mi rinconcito lúdico y febril.

Quisiera que me distinguiera, pero por esas casualidades de la vida siempre hay algo tapando mi visión. No soy vitrina para nadie. No pertenezco al mejor postor.

Quisiera que decidiera por mí. Pero quién soy yo, no tengo nada para ofrecerle. Soy sólo un corazón sólo, putrefacto y mal oliente. No pretendiera refugiarse en mí.

No tengo nada para ofrecer, ni siquiera puedo valerme por mí mismo.

Quisiera quebrar ventanas a gritos, ensordecer, no permitir que oyera otras voces. Mas no puedo. Estar conforme de mis cabezazos alucinégenos contra la pared es mi boleta sin derecho a cambio.

Yo no puedo salir. Las velas de mi conciencia no prenden. No tienen mecha. La verdad está hecha añicos.

Comenzaré moviendo mis dedos. Quisiera sentir el placer riguroso de amarrar los cordones de mi par de zapatos nuevos.

Y el siguiente paso concluirá en mi aprendizaje. Aprenderé, sin lugar a dudas, a silvar.

Y con mi sabionda sabiduría retendré los miles de pájaros que hoy vuelan, que no quieren posarse en mi mano a comer.

jueves, 19 de junio de 2008

¿Cómo saberlo?

Sobre un cerro el horizonte pareciera lejano. Allá vemos a los que quedaron atrás e intentas disimular que poco te importa ya que sus momentos no pertenecen a tus caminos, sin desconcertarte.

Tú que apareciste y te volviste un alma errante, perdida sin destino, como estrella fugaz pasaste y quizá tu estela me hirió los ojos, cegándome por un instante de dicha y placer.

¿Cómo saber que eres tú?

Los paseos de amable goce, con un poco de satisfacción con gusto a dulzura y candor. Yo no entiendo porqué han de acabar los pastos verdes y las nubes grises.

Alguna vez aquel que creíste compensaría tu alma rota, llenándola a la velocidad rauda de la luz, deja sin compasión un orificio aún mayor que el que tanto temiste volver a tocar, por el miedo que te atormentaba lo desconocido de su interior.

¿Cómo saber que eres tú?

Hoy el cielo parecía matizado de marrón y celestiales eternidades. Esponjosas miradas brillantinas, lentejuelas de luces y humos en la lejanía de lo que observaba, distante de las emociones que esperaría llegarán de golpe y tocarán la puerta de mi razón, despidiéndola a patadas, para darle paso a la entrada al corazón, frente a las emociones como público frío y calculador que espera el instante del tropiece y la voz temblorosa del que intenta recitarles un poema de pasión, para soltar una carcajada despiadada y convertirlo en pedacitos, bajo una sedienta crueldad.

Fuiste uno, fuiste otra. Sólo fuiste un soplo, para qué negarlo, si abriste tu palma derecha y juraste que no lo eras, faltando a tu moral de buen prójimo, mintiendo con tal de salir libre de los pecados que cometiste, acrecentándolos con una maldad superior.

¿Cómo saber que eres tú?

Cambiaste de rostro, de voz, fuiste pasado, serás futuro y ¿cómo diablos saber que eres tú?

El juego se vuelve desesperante y disimulo en lo más mínimo el temor que me produce dejarme llevar por las ilusiones que me provocan crear mundos y levantar castillos en el aire que pisotearé porque aquella ventanita por la cual la princesa debiera huir a los brazos de su príncipe amado nunca abrió.

Supe que felicidad trajiste en el tiempo propicio. Supe que me elevaste por cielos huracanados y que caí al mar, hundiéndome en lo más profundo de arenas movedizas y cactus que desesperan por desaguar la sangre de su víctima con el cariño de sus espinas. Supe que la alegría me colmó y que el instante fue insuperable. No podía exigir más de todo lo que ya tenía. Fuiste uno, serás uno.

¿Cómo saber que eres tú?

Volverás a aparecer de entre cortinas rotas, emitiendo un sonido chirriante por la fricción de tus dientes, mas no emitirás palabra alguna, puesto que yo debo abrir mis ojos y entender los tuyos y reconocerte cuando hayas llegado y no dejarte partir bajo la lluvia, el sol o los desiertos que se esconden entre mis senos.

Tu olor debiera ser mi pista, tus manos el indicio de la necesidad de tomar las mías, tu vientre el rastro con el cuál encontraré aquello que desconozco, pero que siempre he sabido que es.

La ignorancia no me mata, me absorbe por no saber que eres tú.

¿Cómo saber que eres tú?

Tendrás tantos nombres, crearás tanto deleite, tanto dolor. Seguro vas y vienes y ¿cómo saber que eres tú para detenerte?

Tal vez ya te dejé pasar, porque las calles son angostas y el tráfico arrollador. Las luces sólo caminan por una vereda y se esconden en las sombras todos tus pavores alucinados de la luminiscencia de notas musicales que escapan de tu lengua, enredándose en mis cabellos, acariciando mis orejas, resguardándose en mi boca.

Yo no temo tu llegada. Yo no temo tu partida. Sólo ayúdame a saber ¿cómo saber que eres tú?

Vendrás, te quedarás, irás sin conocer tu destino. Olvidarás que estuve allí, olvidarás que estoy aquí. Alguien más te encontrará, no lo dudo. ¿Cómo sabrás que soy yo?

Y de coincidencias debiéramos vivir, para que los aciertos no nos cayeran sobre los hombros como carga, más bien fueran ellos los que nos hicieran reconocernos con la vista en alto y los pies arrumados entre los brazos, con los bellos de punta y la sensación de que mis entrañas reconocen el poder de tu esencia, que somos.

¿Cómo saber que eres tú? ¿Cómo sabrás que soy yo?

Y es que el azar y el destino son malévolos antagonistas de lo que pensaríamos es solo cosa de tiempo y, por lo demás, jamás se ha detenido para permitirnos el derecho de sentarnos a beber una taza de café, consumiéndonos con la razón bloqueada, las pasiones desatadas y uno que otro canto de pajarito.

No eres la radio encendida con canciones en francés. No eres el disfraz del payaso que odia su función y ansía un trabajo de oficina. No eres el semáforo con personajes que tú asumes te indican detenerte o avanzar, cuando perfectamente podrían insinuarte que aquella puerta que vas a cruzar te lleva al baño de hombres. No eres la M que inicia mi nombre, que de manera escandalosa pareciera tener cierta preferencia al olvido o al recuerdo en demasía. No eres las palabras exageradas y los pensamientos rotos por las noches de insomnio. No eres la voz sumisa ni el llanto desconsolado. No eres inteligencia ni perdón, ni ignorancia ni mente en blanco. No eres lo que yo no espero que seas. Eres todo.

Pero…

¿Cómo saber que eres tú?

El consuelo ha de quedarme de tener la certeza de que cuando tú sepas que soy yo, yo no dudaré en inclinarme a tus pies para aceptar que de alguna manera u otra siempre fuiste tú.

martes, 17 de junio de 2008

No quiero verte

Cada vez que te veo, no tengo más que sentir pena.
Pena de verte, olerte y no poder sentirte.
Por eso siento pena.
Cada vez que te veo, tu indiferencia me da pena.
Y no poder siquiera responderte con una mirada me da pena.
Cada vez que te veo sólo siento pena.
Tus manos toman otras,
tu nariz alta que mira alegremente el cielo roza otra,
tu olor se cuela con otro,
tus labios se enredan con otros,
tu cama arde con otra...
y no soy yo.
Por eso, cada vez que te veo siento pena.
Los centímetros parecieran kilómetros de frialdad,
las miradas parecieran de extraños,
yo, yo que bebí de ti,
yo siento pena cada vez que te veo.
Es que ya no me perteneces,
ya me tiraste al vacío,
por eso si te veo no hago más que alzar mi mentón,
confidenciándote mi orgullo,
mi rencor,
sólo porque siento pena.
La luna y su aureola cítrica ya no me sonríen,
Manuel Montt pareciera cualquier otra,
las chaquetas de cuero lloran,
tus canciones ya no son mías,
mi vida está vacía,
por eso tengo pena cada vez que te veo.
Porque a ella le sonríes,
porque a ella la acaricias,
porque a ella la escuchas,
porque a ella la aprisionas,
porque a ella la acorralas,
porque a ella te debes la vida,
lo siento,
cada vez que te veo sólo hago sentir pena.
Pena me da tu rostro perfecto,
pena me dan tus manos cálidas,
pena me da tu mirada perdida,
pena me da tu pecho ardiente,
pena me dan tus labios lejanos,
pena me da tu voz diciéndole te amo a otra.
No siento amor,
no quiero lucha,
sólo siento pena.

jueves, 12 de junio de 2008

Reflexiones sobre ruedas (guión inexacto)

(Ella sentada en un asiento de micro contra la gravedad, se coloca los audífonos, sube el volumen y apoya su frente en el vidrio de la ventana)


May: ¿No será que estoy perdiendo el tiempo? Más bien debiera parar, ¿Por qué no puedo?

Razón: Claro que puedes, te desconozco, no seas ilusa, me estás dejando en vergüenza.

Corazón: Cállate idiota. Qué sabes tú cuando no puedes parar porque yo lo impido.

Razón: Tú no impides nada, eres la consecuencia de mis estímulos, no te des la importancia que no mereces.

May: Yo no quiero discutir, quiero saber si debo parar ya.

Razón: Detente.

Corazón: Por ningún motivo.

Razón: ¿Qué pretendes? Siempre crees tener la razón, ¿Quién crees que soy yo?

May: ¿No estaré desgastándome más de la cuenta por unos bolsillos rotos?

Corazón: ¿Acaso te estoy mintiendo? ¿Acaso no estoy haciendo bien mi trabajo? Niñita malagradecida. Bendigo lo que siembras.

Razón: Y yo maldigo lo que cosechas. Basta ya de darle vueltas al asunto. ¿Qué sentido tiene seguir?

Corazón: Pfffff. ¿No entiendes el sentido de seguir? Es lo que se gana en el instante, no lo que pierdes en el futuro.

Razón: ¿Y tú quieres un instante?

May: Tal vez.

Corazón: ¿Lo ves?

Razón: Blasfemo. Dijo tal vez, ni sí ni no. Es mi trabajo hacerla entender.

Corazón: Y es mi trabajo hacerla sentir. Cuántas veces has ganado, cánsate ya!.

May: No me ayudan. Tú dices que debo parar. Tú dices que debo seguir. Y continúo igual.

Razón: Por mí pararas ya, tonta. Deja de arrimarte a un cuerpo frío. A brillos de pantalla. ¿Acaso salí de vacaciones?

May: Eso quisiera.

Razón: Pues no! Estoy aquí. Si no estuviera, quién sabe que hubieras hecho a causa de los consejos de este inepto.

Corazón: ¿Inepto me llamas? Cuando hago lo mejor por ella. ¿Sabes tú lo que sucede en el centro de su pecho? Estallan fuegos artificiales con unas simples palabras.

Razón: Y los puedo detener cuando se me de la gana. Tú debes parar y ya. Después será demasiado tarde y yo no te podré ayudar.

Corazón: Yo tampoco.

May: ¿Entonces se están poniendo de acuerdo?

Corazón: Por ningún motivo. Prefiero mi sacrificio a que desconozcas y te niegues a lo que pudiera ser.

Razón: Lo que pudiera ser, blablablá. Tú tienes la capacidad de parar cuando quieras, sabes que yo te la doy. ¿No será que tú te estás negando a causa de las insinuaciones de éste?

Corazón: Yo no he insinuado nada. Digo las cosas claras. Ella lo tiene claro.

May: Por supuesto que no! No tengo nada claro. Discuten entre ustedes y sigo con la misma confusión.

Razón: Protesto. ¿De qué confusión me hablas? No he sido lo suficientemente clara. Me estás subestimando niñita.

May: Nada de eso. Quiero actuar y ya.

Corazón: ¿No te es suficiente mi ayuda?

May: Tal vez no.

Razón: ¿Y la mía?

May: Me desorienta.

Corazón: Siente niña, no pienses.

Razón: Piensa y medita, no sientas.

May: Aaaaayyy me desesperan. Me hundo en un hoyo. Ambos me pisotean en el suelo.

Razón y Corazón (al unísono): ¿Grito pidiendo ayuda?

May: Por favor.

Razón: ¿Qué hace que no puedas separártele?

Corazón: Mis actos.

Razón: ¿Qué actos? Tú solo respondes.

May: La cotidianeidad eliminada.

Razón: ¿A qué te refieres?

May: A todo aquello que detesto.

Corazón: Exacto!! ¿Lo has visto borrado?

May: Más bien maquillado.

Razón: ¿Y eso es bueno?

May: De todas maneras.

Corazón: Exacto!!

Razón: ¿Pretendes dejar de seguir mis ideas?

Corazón: ¿Ideas? Metes tu cuchara en algo que no entiendes. Vives temerosa, siempre pensando que lo peor podría pasar. (Se voltea hacia ella) Niña, Sigue tus presentimientos. Sigue tus sentimientos. ¿Qué queda por perder?

Razón: A ti, idiota.

Corazón: ¿A mí?

Razón: Claro, si al final eres tú el que luego se queja.

May: No, no es así.

Razón: Mmmmm.

May: Quiero seguir. Diablos! No sé por qué. No quiero perder lo que me hace tan bien…

Corazón: … Al espíritu.

Razón: … A la sanidad mental.

May: Toda la razón.

Corazón: Óyeme. No hay nada que perder acá. Nada. Sólo ganarás mientras comprendas los límites.

Razón: Y yo te ayudaré en eso.

May: ¿No me ayudarán en la decisión entonces?

Corazón: Ya la tomaste.

Razón: Sí. Ya la tomaste.

Corazón: Tú no quieres quedar sedienta. Embriágate de lo que tanto necesitas y agótate. No pienses en mañana más. Piensa en el día a día.

Razón: ¿Debo dar un paso al lado?

May: No. Por ningún motivo. Te necesito.

Razón: No puedo ayudarte.

May: Sólo te necesito acá, callada. Permíteme dejarme llevar, no me daña, de verdad.

Corazón: Exacto!! Y si llegase a dañarte, quedarás con ese gustito en la lengua de que supiste su sabor.

Razón: Al amargo sabor de la derrota te referirás.

Corazón: No. El dulce sabor de que al fin me sacrificó a cambio de nada.

Razón: ¡Óyete!

May: Jamás dejaré de estar confundida. Mas, no espero un futuro próspero, sembraré para eso. Ahora me queda cuidar lo que tengo. Y no quiero perderlo por mi insensatez.

(Baja las escaleras de la micro, sonríe al cruzar la calle. Ya tenía respuesta).

domingo, 1 de junio de 2008

Día Feliz

Hoy el día me recibió con un excitante resplandor, como si fuera cómplice de mi felicidad. Y así me acompañó. Es que ni siquiera sabía que debía hacer luego. Me habían advertido que olvidara en seguida todas esas palabras, como cuando le prohíbes algo a un psicópata ansioso, yo más lo hacía. Más pensaba. Y me daban vueltas y vueltas, como un carrusel haciendo felices con tan poco a los niños que habitan en mí.

Y es 100 pájaros volando. Eso es.

Mi mente volaba y se perdía en laberínticas frases sube y baja. Como montaña rusa, llegaba a lo alto y luego las contradicciones me hacían caer precipitadamente.

El metro me soltó con una canción de Silvio. Qué ironía, ¿no? Tal vez siempre estuvo allí y nunca lo había notado. Tal vez estaba ahí, ahora, precisamente ahora para mí.

Y no le pedí nada más al día, me dio todo lo que debía.

Y está bien.

Me conformo con la emoción de mi vientre incendiándose. Me conformo con las sospechas confirmadas. Me conformo con el día feliz.

Y renuncio, como siempre ha sido.

Siempre me toca renunciar, no será la primera ni la última vez.

Renuncio, porque así es.

El día feliz quedará en mí, guardado bajo llave. Lo mantendré bajo reserva, por si lo vuelvo a necesitar. Cuando sea preciso lo liberaré.

Es poco, pero es todo lo necesario. Es poco, pero es todo.

Gracias a ti el día pareció distinto.

Gracias.

jueves, 29 de mayo de 2008

Nunca se ha de completar la lista

Pesimista hasta el cansancio, irónica despreciable. Duende de ideas locas y jinete de pocas emociones límite. Soy en un elástico vencido, que ya no estira más. Soy una vela que su propia esperma ha acabado su luz. Soy un árbol de navidad forrado en polvo que sólo es invitado a la cena una vez al año. Soy límites, claro que soy límites. Soy frontera, soy cerco, soy luna lejana, soy aureola de noches rojizas. Soy cansada de pereza, soy flor marchita de veneno ácido, soy malos humores por la mañana. Soy frío de invierno y sudor de verano. Soy, maldita sea, la boca callada que no dice te amo. Soy alma errante de siglos pasados. Soy sombrero de copa y cabellos rasurados esparcidos por el suelo. Soy sombra de vidrieras transparentes. Soy invisible sin ropas. Soy dinosaurio extinguido por radiación de malos pensamientos. Soy agria de limones podridos. Soy hija, hermana, prima, sobrina, amiga y conocida. Soy contacto de descontactados y pérdida de perdidos. Soy abismo abismal, mar que oculta seres mitológicos, castillos voladores, barcos neblinosos. Soy diosa de la nieve, témpano de caribes lluviosos, nube giratoria de huracanes devastadores. Sí, también soy lo que se puede llegar a pensar de mi, eso me integra. Soy carne podrida llenándose de moscas. Soy poca pasión, no soy lujuria. No soy comunidades, soy ritos de tribus africanas destinadas a disminuir cabezas y masticar huesos. Soy ballena varada deseosa de volver al mar que la vio nacer. Soy brillos en la oscuridad y oscuridad en la luz. Soy calmantes de sueños eróticos, soy desnudez de boberías. Soy desprecio y paciencia. Soy poca espera. Soy manos agrietadas, soy pensamientos borrosos. Soy caracoles de cementerio, lagartijas que huyen del sol. Soy chucherías de abuelita, calcetas de lana de oveja desteñida, soy topo ciego bajo tierra. Soy la vereda del frente, el celular sin sonar, las canciones en francés. Soy caricatura clausurada, helado de menta picante, detenciones en el bandejón central. Soy semáforo descompuesto dispuesto a generar catástrofe, soy lentes de sol ocultadores de miradas. Soy ríos de lodo seco, soy la llave goteante. Soy arruga de raso, lentejuela de uniforme militar, soy cansancio de palas al hombro. Soy diestra y siniestra, más siniestra que diestra. Soy postes de luz rotos en protestas pasajeras, soy gritos de loros desplumados, soy el dedo que tapa el sol. Soy la tolerancia de mis partidarios, soy política sabrosa de bailes tropicales. Soy harta de bombos y platillos, soy demencia temporal de pasillos de oficinas. Soy alcance y lejanía. Soy postre de restorán japonés. Soy fuego de llama azul, soy bandera de países desconocidos. Soy montaña sin nieve y nieve en la arena. Soy palmera que toca suelo, soy raíz seca. Soy cimientos de tempestades, soy desierto de cactus vacíos. Soy mochila de viajero y errante filósofo amante de Platón. Soy limonada de naranjas, leche con tunas. Soy espina blanda, espiga áspera. Soy la abuelita inubicable, soy el campo de medusas eléctricas. Soy escriba fariseo, soy judío traidor. Soy populacho calienta el sol, soy mal hombre blasfemo. Soy dios del ocaso (he oído por ahí), soy impalpable tumor. Soy Olimpo vacío, soy temor al agua torrencial. Soy rueda que no avanza, soy cáncer que no se anuncia. Soy muerte lenta, dolores rápidos. Soy venganza, soy compasión. Soy carrusel añejo, soy las colinas de greda que destellan espinos desbordados de semillas. Soy mostaza descompuesta, soy apéndice a punto de estallar. Soy la desorbitación de los ojos, el terremoto cubierto de helado de piña. Soy cumbia que relata pasiones prohibidas, soy mentira y verdad omitida. Soy esclava de mis pudores, soy cerrada de nuevos conocimientos. Soy hambre. Soy perecedera. soy matanza, soy genocidio, Soy hombre despreciable, dictador de pueblitos aledaños. Soy ciudad llena, soy bosque inalcanzable. Soy calidez estructurada. Soy el abrazo que nunca se dio.

domingo, 18 de mayo de 2008

Femme Fatale

Ese día sería su primera cita. El era un hombre temeroso, nunca lo había intentado antes. La conoció en un bar, un poco pasadito de copas, ella se sentó a su lado. Intercambiaron historias hasta las tantas de la mañana. Ella en una servilleta escribió su número, sin embargo no le gusta que la contacten, a ella le gusta aparecer en el momento preciso. Ella sabía que él la necesitaría, lo vio en su mirada triste. Ha estado con tantos, si se hablara de su trabajo seguramente la criticarían. Ella sabe quienes son los indicados.

El pensó en ella toda esa semana. En la oficina, en la ducha, en la mesa al desayunar, en el trayecto a casa. No podía quitársela de la cabeza. Le atemorizaba la idea de volverla a ver, pero las ansias y la curiosidad eran mayores. Lo seducía la idea de obligarla a verlo, sentía un magro placer, quería seducirla y ser seducido, quería devorarla.

Esa tarde, luego de un día horrible la llamó. Ella le dijo que había sido un error darle su número, que la olvidara, que la vería, pero a su tiempo. El insistió, le aseguró que tenía todo preparado para su encuentro. Había pensado en ella toda esa semana y concluyó que ya no le temía a tenerla en su cama.

La invitó a un motel céntrico de la capital. Ella llegó con un poco de retraso. Le aseguraba que él no estaba preparado, que esperara el momento en el cual debían encontrarse. Mas él estaba preparado.

Nunca antes se había sentido tan extasiado. Bebió champaña hasta embriagarse. El olor de ella lo cautivaba. Estaba seguro que ese sería el día, que ella sería suya.

Ella vistió su atuendo habitual, se arregló el pelo y se quitó los zapatos. El la esperaba sentado en la orilla de ese catre maloliente. Su corazón latía a una velocidad que jamás había sentido. Ella se acercaba y él cada vez estaba más dudoso de su decisión.

Nunca siquiera había pensado en esa situación, pero ya estaba cansado. Era un hombre adulto, era capaz de decidir por sí mismo. El la estaba obligando en contra de su voluntad, pero a ella le causa tanto goce la situación que no desiste.

Se acerca a su compañero y se hinca en su espalda, abrazándolo con fuerza. El se desploma rendido en el suelo, con los ojos abiertos, un gesto de satisfacción y un orificio en la sien. Su mano lánguida dejaba caer en la alfombra roja un revolver caliente.

En un frío cuarto de motel se había encontrado con la única que lo comprendería y saciaría sus deseos. La muerte lo había seducido y le había cumplido. Su primera vez fue deliciosamente la última.

martes, 13 de mayo de 2008

Abril-2006

No tengo más historias que contar, no tengo más recursos que utilizar. Soy un país en quiebra, soy un país desértico que se alimenta de almas errantes. Soy una caravana que acoge seres perdidos en bosques oscuros. No, no soy un país, soy una colonia aún, he luchado por la independencia. Eras tú mi descubridor, mi colonizador y mi libertador. Pero, al parecer, no encontraste riquezas. Quizá te diste cuenta del poco entusiasmo, pero no era así, la ignorancia magna de mi pueblo, de tu pueblo. Todo ya te pertenecía, todo era tuyo.
Confié, cuánto confié, demasiado. A veces, demasiado.
Hubo un día extraño, cuando noté un murmullo. Ese día te tenía a mi lado. Ese día tú quisiste entregarme todo. Ese día nos complementamos, fuimos uno. Qué extraño que hubiese pasado, como si la mitad de mi vida siempre hubiese estado aquí sin yo darme cuenta. Y llega, repentinamente, porque así lo quiere, porque así lo acepto.
¿Por qué pienso que estoy y fui hecha para ti? Como tú para mí. Porque para nosotros las cosas son complejas y en nuestras diversas complejidades somos el uno para el otro. Sí, es muy pronto para estas palabras exageradas, puede ser, y, ¿si fuese así? ¿Te arrepentirías?
¿Por qué te mientes? ¿Por qué te (y me) causas dolor? Tú lo sabes, eso creo, porque yo lo sé. Debo decir: cada pensamiento tuyo es mío, cada sentir tuyo es mío... ¿qué pasa? ¿No lo quieres reconocer? Cierras los ojos, ¿o es que yo no lo quiero entender?
Yo no tengo armas para luchar. Soy un débil reinado que solo se defiende de la conquista. Soy un rey que no se atreve a buscar nuevos horizontes, que no se atreve a conquistarte. Un rey que se aprovecha de su gente, pero no posee el ejército suficiente con el cual salir de su fortaleza en búsqueda de tus horizontes.
Tú, puedes venir y arremeter contra este mundo en pedazos, corazón inerte y robarlo, pues no tengo deseos de luchas en su contra. Sin embargo, yo no puedo ir y cruzar el río de pavimento e invertir las situaciones.
Claro, tan débil soy, tan conformista.
No doy lucha, no me doy esperanzas.
El ser pesimista, payasito triste.
Mar de equivocaciones, actuaciones erróneas.
Hice todo mal. Y me arrepiento eternamente.
Ya no puedo hacer nada, guerra civil en mi corazón.
¿Me retiro antes del disparo en la sien?
¿O me quedo hasta el final luchando?
!Es que no estoy haciendo nada! Quiero que otros intercedan por mí, porque tengo miedo, porque no quiero sufrir.
Más.
Me duele gritar y que nadie oiga.
Revolver con silenciador, disparador de emociones encontradas, explotadas, durmientes, dolientes.
Nada más “please”
Si es dolor, afuera orgullo remediador!!!!

sábado, 10 de mayo de 2008

Ven invierno ven.

Dedicado al joven del sur

El invierno no quiere llegar a Santiago.
Anda esquivo, el egoísta.
Yo lo he esperado, pero ya me cansé.
Me contaron que lo han visto por el sur merodeando.
Ya me lo desmintieron.
Es que él odia el esmog.
Me lo ha dicho un par de veces.
"Pero es que tú debes dejarte caer sobre la ciudad", le he protestado variadas ocasiones.
Mas, no quiere.
Además, como si fuera poco, me ignora.
El sol continúa contento. Se siente popular.
Y no quiere largarse.
"Date vacaciones sol", le grito con impotencia mirándolo a los ojos.
Me ciega el muy descarado.
Ni él se quiere ir, ni el invierno pretende llegar.
¿No séra la solución salir yo en su búsqueda?
Tarde o temprano llegará y yo lo esperaré.
Le brindaré un abrazo a través de sus gotas de lluvia.
Ayyy, la lluvia!
Cómo quisiera que empapara mi rostro.
Cómo disfrutaría que se confundiera con mis lágrimas.
Ni siquiera tengo pena, estoy mintiendo, no quiero llorar.
Y el invierno no pretende llegar a mi ciudad.
Y el cielo marrón nos cubre las cabezas, provocándonos una frente líquida y rostros somnolientos.
"Invierno ven, yo te espero, yo te amo. ¿Acaso tú no a mi?
Quita a patadas este verano eterno.
Siembra sobre nosotros el frío cálido de tu abrazo.
Te espero niño malcríado. Apresúrate".

lunes, 5 de mayo de 2008

Algodones


Como si los días grises trajeran consigo las fuerzas para generar tal fascinación que se vuelve una adicción posarse bajo sus nubes, subirse las mangas y permitirle a ese aire descarnador erizar los vellos.

Las nubes se acercan a paso veloz muchas veces, pero vuelven tan intensa la ansiedad cuando tardan.

Se posan sobre los cerros. Como acariciándolos los arropan con delicadeza. No quisieran, seguramente, lastimarse con los espinos y rasgar su fino envoltorio de algodón de azúcar, para dejar caer sobre nuestras cabezas un llanto desconsolado de dolor.

Cómo atraen esas sombras matutinas. Y es que el sol radiante no se les compara. Esos días grises parecieran venir a provocar retorcijones de estómago como si se viera por primera vez al amor de toda la vida. Llegan tímidos, descalzos para no hacer ruido, se posan al costado y susurran al oído, respirando sobre el cuello desprevenido de su fiel admirador.

Y atraen esos días. Como si se amara la tristeza, la desesperanza. Como si una canción en violín hiciera crujir las cuerdas de éste y destrozara los dedos del artista.

Los días grises, como se asemejan a la silueta de una fina mujer cubriendo sus zonas púdicas con una sábana. Parecieran creados con la misma delicadeza que aquellas cajitas musicales que intentan reproducir una grata melodía sólo con el roce de sus delgadas plaquitas de metal.

Como inspiran esos días grises. A cualquiera inspiran. Bajan esos sentimientos guardados con llave, que sólo se les permite salir a la luz para ese momento especial esperado. Y no es un momento errado, oh no!, es la salida de maravillas generadas desde lo lúgubre y siniestro.

Si los días grises no existiesen, las avenidas bordadas de plátanos orientales se marchitarían todos los atardeceres y dejarían vibras de asesinos seriales deshojados por los rayos del sol. Como ciegan los días grises cuando con espanto reflejan las caras borradas por el pavimento. Que costo desprenderse de ellos.

Y no desean llegar. Y se les extraña. Y se les ama sórdidamente.

Como los días grises parecieran devolver todo aquello que me fue arrebatado.

domingo, 4 de mayo de 2008

ella es Ella

Parada con poco equilibrio, vive atormentada. Posee un cuerpo delgado que quisiera desmenuzar lentamente y dejar sólo aquello que necesita. Camina un tanto encorvada, como un ave zancuda, aún no se explica porqué; sin embargo, nunca ha sacado partido de sus largas piernas, tal vez no le gusten. Tiene una boca pequeña, de labios melocotón, que acompaña una nariz más bien alta y larga. Sus ojos expresan todo lo que ella no siente, los trata de controlar y no lo consigue. Los maximiza llenando sus párpados de maquillaje oscuro. Muchos le han criticado su excéntrico gusto por tonos púrpuras y azules cobalto, pero ella no cederá. Tiene manos pequeñas, cómo las odia. Quisiera llegar al fin de sus brazos con dedos largos, dedos que asemejaran patas de araña y manejaran por sí solas todo tipo de situaciones. Su pelo, difícil describir el abrigo de sus pensamientos. Lo cambia cada vez que puede, tal vez intente ser una persona distinta para cada situación, tal vez solo se canse de ser quien es. Alguna vez fue claro (artificial, sin embargo), otra vez se coloró de verde, en qué habrá estado pensando en su rebeldía adolescente. Hoy es negro, simplemente negro. Corto, cada vez más, no quisiera dejárselo crecer. Es grueso y en exceso de cantidad le entrega un calor innecesario que fácilmente puede sustituir con un gorro de invierno. Su piel clara vive en problemas. Quisiera que fuera más clara aun, pero se contradice tostándola cada verano expuesta al daño del sol. Sus brazos delgados están a la par de sus piernas de pollo. Como tentáculos provienen de hombros huesudos y prominentes. Están cubiertos por pelusas de bellos dorados y sus venas azules se hacen notar como autopistas de gran velocidad. Su vientre se asoma con recato, prefiere mantenerlo bajo las sombras de largas ropas. Posee senos humildes, adecuados a su pecho, a su contextura, que surgen solamente por el hecho de completar su anatomía de mujer. Rosados como pequeños pasteles de crema, tienen la participación que les corresponde. No sobresalen groseramente, sin embargo no pasan desapercibidos. Su cuello largo es cubierto por pañuelos de colores, mas ella quisiera reemplazarlos por cálidos besos.
Ella es todo lo que describo.

sábado, 26 de abril de 2008

El momento que no se espera

Aviso: Se ruega discreción por parte del lector.

Ayer estuve en cama todo el día. No, no estaba enferma, no estaba con depresión, no había ningún problema fuera de lo común. Era un día más en mi vida cotidiana. Sin embargo, era el último y primer día de mi ciclo de 27 exactos.

Cómo me inhabilita este día. Desperté a eso de las cinco treinta de la mañana con un dolor de vientre que solo se compararía con un ataque de apendicitis. No hacía más que estrujarme el estómago y, adoptando una posición fetal, intentaba formar un círculo de calor alrededor de mi ombligo. Sólo soltaba gritos de dolor y trataba de desviar la mente, como si el hecho de no pensar en lo que sentía me haría olvidar tamaña tortura.

Cómo si fuera poca mi mala suerte, el día despertó gris y yo ni pude asomar mi nariz por la ventana. El día más frío y yo deshaciendo en mi cama, sin la oportunidad de adorarlo. Cuánto esperé un día gris y me lo pierdo. ¿No seré desdichada? Bueno, me queda el consuelo que vendrán otros.

Y así, con tanto dolor es que pensé en alguna solución. Yo no entiendo por qué me pasa a mí y a otras no. Algún problema debo tener, supongo. Tendré que preocuparme que cada mes este dolor me recuerde que soy mujer y que esta parte de mi cuerpo que tanto detesto me fue concebida para formar vida.

A eso de las siete mi mamá me prepara un guatero caliente, a pesar de que quemaba mi piel, poco a poco adormecía el dolor. En una posición casi angelical puedo volver a juntar pestaña con pestaña y perderme en un sueño. Despierto de golpe cuando el agua caliente dentro de ese saco de goma deja de surtir el efecto tranquilizador en mi vientre. No comí nada, ni siquiera almorcé. Un par de agüitas de manzanilla hicieron el intento de apaciguarme el apetito. Y volvía a contraerme, hasta disminuir mi cuerpo a su mínima expresión.

A veces quisiera ser hombre. Es extraño que seres tan frágiles como las mujeres podamos soportar con mucha más fuerza y valentía el dolor. Dolor, digo, de cualquier especie e intensidad. Debí haber sido hombre. Sin embargo, el solo hecho de saber que tal vez podré sentir un ser creciendo dentro de mí, me limita solo a agradecer mi género.

No recuerdo cuando comenzaron los dolores agudos. Los tengo presente en mi memoria desde que entré a estudiar al Instituto. Desde esa época, recuerdo muy bien mi inasistencia mensual por el hecho de quedarme en cama para esas ocasiones. Aún se repite el hecho estando en la Universidad. Contadas veces he tenido la suerte (tal vez no será suerte) de que el día exacto se deje caer un día sábado. Qué incomodidad, además, es todo lo que esta situación conlleva. No ahondaré en detalles, no quisiera parecer repugnante.

Y el dolor no llega solo, claro que no. Lo acompañan náuseas inauditas que no tienen piedad de hacerme funcionar marcha atrás la garganta en cualquier lugar donde me encuentre. Y a las náuseas las siguen intensos dolores de cabeza, de senos y, como si fuera poco, el debilitamiento de extremidades. Para qué agregar el desorden que provoca en mi piel. Ay! Así como les cuento, toda la situación pareciera una tremenda desgracia. Y tal vez lo es.

Pero el día ya pasó y me siento mejor. Más que mal he aprendido a convivir con ese dolor cada 27 días.

viernes, 25 de abril de 2008

Cántico

¡Sozegaos insulsos! La mar está brava y vosotros queréis domarla.
Queréis que os tome por la espalda y consuma vuestros sueños.
Encañonada de altas paredes os volverá bebés de cuna.
¿Qué no lo notáis?
Volved donde vuestras mujeres y refugiáos en sus senos cálidos.
¡No os precipitéis!
Porque os digo esta vez: no habrá segunda vez.
Vais y la desafiáis, como si estuviera en vuestras manos su destino.
Lamento deciros que os equivocáis en vuestras convicciones.
Y encabezáis rondas de vigilia y planeáis atacar en cualquier instante.
Las olas rompen sobre la arena en que se han convertido vuestros huesos.
No zarpéis esta noche os digo.
Detened vuestro impulsos malnacidos de vuestras almas muertas.
¡Estáis ciegos!
¡Deteneos!
Mi alma en pena os ve partir.
Tracé malas estrategias y os dejé a vuestras anchas.
Si la mar os vomita, venid a mi con su fructífera pesca.
Pagad vuestros tributos.
Y cantad a la orilla de las espinas deseosas de carne.

miércoles, 16 de abril de 2008

Virarme

Siempre he pensado en "virarme". Ni siquiera irme; virarme. A veces quisiera apartarme de la ciudad y adentrarme en la montaña, sola, con una botella de agua y mi mayor predisposición.
Algunas veces estoy tan agotada de ver las mismas caras, que la idea de tomar un tren hacia ningún lugar se vuelve casi una adicción dependiente que me llama sin cesar. Quisiera llegar a un lugar "cero", donde no exista el pasado, donde no existan conocidos, donde yo no sea nadie, donde los demás sean solo caras anónimas, donde nadie sepa quién soy y quién fui, donde el aire no reconozca mi olor, donde el cielo me parezca más azul, donde las voces parecieran solo murmullos sin claridad, donde vuelva mi esperanza.
Quiero vivarme, tal vez lejos, tal vez cerca. La sola idea de alejarme me parece sabrosa y a la vez me atemoriza. Virarme significaría desprenderme de todo aquello que me sostuvo y quedar a la deriva. Y me ínsita a hacerlo.
Me he puesto a pensar en el momento en que debo hacerlo. En el momento en que debo hacer muchas cosas; ¿cómo me daré cuenta que es el momento?
Y, a la vez, tengo miles de proyectos que siento no concretaré jamás. Y me viene un futuro incierto casi de golpe.
Pero quiero virarme de todas formas, más allá de mis preguntas, más acá de mis respuestas.
Porque estoy agotada.
Porque quiero empezar de nuevo.
Porque quiero ver un horizonte.
Porque quiero volver a soñar.
Sólo queda preguntarme: ¿Quiero virarme a un lugar solitario o a un lugar multitudinario?
¿Quiero desaparecer o quiero que alguien me encuentre?
Solo sé que quiero virarme y ya.
Punto final!





domingo, 13 de abril de 2008

Bitácora de un día tal

Amigo, tú que paseas por aquí, tal vez con entusiasmo, tal vez por respeto o simple curiosidad, quizá te lleguen mis palabras, quizá nada te represente.
Hoy estuve al frío, al sol, con mi vientre más abultado que de costumbre, esperando.
¿Tú sabes amigo, conoces la sensación cuando los minutos se transforman en dardos puntiagudos y tu corazón se disfraza de tablero esperando a aquél que dará justo en el centro?
Y las horas te destrozan las esperanzas como si fueran viles pirañas descarnándote.

¿Reconoces aquél sentir?

Yo estoy aquí ahora, sentada frente a mi computador, tal vez relatándote un momento triste que quizá tú no entiendas. Y tú, tal vez, tuviste un buen día, y ahora, también sentado frente a la pantalla, lees mis líneas que sin mucho ánimo redacto.

Yo estaba ahí hoy, parada bajo el sol. Un sol que por cierto estaba poco generoso, tal vez cansado de estar presente a estas alturas del año. Estaba bloqueada, ¿conoces ese estado estimado lector? Bloqueada.

Es que ni buenas ni malas noticias me hacían reaccionar. Mi mente se negaba a procesar cualquier tipo de información.

Y el sol comienza a descender, ocultándose tras ese edificio que me esconde verdades. Y el frío me cala más los huesos como si fuera cómplice de la situación, empeorando más mis tripas comprimidas en dolor.

La ansiedad la calmo comprando necedades para entretener mis dientes chirriantes. Y espero.

Las noticias vienen y van, como un vaivén sin piedad, que me mece hacia arriba y, bruscamente, por efecto de una gravedad grotesca, me deja caer de golpe. Y yo, como una gota de lluvia, adquiero cada vez más velocidad para chocar contra el suelo, desparramarme y desaparecer consumida por el asfalto.

Debo admitirte, amigo, que mi desliz de emociones desatadas hoy fue causa de mi culpabilidad. Pero yo no pensé que iba sobre una montaña rusa, yo estaba tranquila.

Fuera de costumbre asisto a todas mis clases y esta semana fue así. Tal vez quería negar situaciones y me oculté en la cotidianeidad. Debo confesar que tuve temor y fui cobarde. Pero las noticias eran buenas, no había remordimiento, sólo debía esperar unos días más.

Y mi llanto se desbocó hoy, sin vergüenza, frente a cientos de desconocidos, muchos de ellos felices portando en sus brazos vidas nuevas. Es que una nube se posó sobre mi cabeza. No sobre mi cabeza, delante de mis ojos. Y me cegó y me envolvió en oscuridad. Y mientras mis ojos se empapaban, mis rodillas perdían fuerza.

¿Por qué asistí, hipócritamente, a esas clases que pudiera recuperar en cualquier momento ante una situación que merecía perderlas? ¿Por qué no tomé valentía, esa que mis cercanos y conocidos asimilan a un corazón duro, y corrí a desprenderme de un abrazo cariñoso, de un beso en la frente?

Te cuento, lector, que el texto que tú vez más abajo, que semeja una carta, será derrochada como si, en tiempos pasados, hubiese dejado toda la responsabilidad en las patas de una paloma. Quise imprimirla y enviarla con algún comensal. No lo hice, confieso, por no querer causar emociones repentinas en momentos delicados. Seguro sería así. Preferí reservármela para cuando mi presencia se concretara.

Y aquí me tienes hoy. Escribiendo palabras a desconocidos, que poco sentirán el dolor de mi alma. Mi culpabilidad, sin tener la posibilidad de realizar todo aquello que pretendí

¿Has sentido esas horribles ganas de tomar a alguien del brazo, incrustando tus uñas en su piel para no dejarlo ir?

¿Has sentido el tétrico sentimiento de no poder decir adiós para siempre?

Yo no quiero causarte pesar, amigo. Yo no quiero que te compadezcas de mí. Yo no quiero que compartas mi dolor.

Yo sólo quería que leyeras estas líneas, para tener presente que al menos alguien sabe lo que siento.

Podría continuar describiendo emociones, situaciones, tiempos de angustia, mas nada me hará sentir mejor.

Yo debo aceptar una partida sin adiós. Por más que eso me despedace el alma. Y comprender que no es un adiós, amigo, es un “hasta luego”.

Pido perdón por mi egoísmo desmedido y reprocho mi actuar erróneo, en la espera de una última oportunidad de decir: “Te Amo”.

Espero que de mis palabras tú rescates una enseñanza, mi amigo. Y tengas conocimientos de estos errores vanos.

martes, 8 de abril de 2008

Abueli:

Cuando una piedra se nos cruza en el camino, por lo general la pateamos, tal vez hasta le peguemos un chute asimilando un balón de fútbol. Mal sucede, cuando es una roca. No la patearemos, tememos por nuestros dedos frágiles y el dolor que pudiera causar. Tú la pateaste, abuela querida. Y continuaste tu camino. Nadie nos promete algodón de azúcar al nacer, nadie nos promete un soporte para nuestras espaldas, solo se nos promete aire con el cual respirar. Delante hay rosas con espinas, delante hay muros enormes que detienen nuestro paso, delante hay lobos hambrientos, ¿nos atrevemos a cruzar, o nos detenemos y nos sentamos a esperar? Tú que desgastaste tus manos en ropas ajenas, tú que escondiste a tus polluelos bajo tus alas, tú que temiste, que amaste, que sufriste, que viviste. Tú que el siglo y puños dejaron marcas en tu piel, tú que callas, tú que el sol golpeó tu espalda. Tú sabes lo que es la vida. Tú la conoces y la enfrentas cara a cara. ¿Por qué temes ahora? Esto no se compara a una vida destrozando tus rodillas. No se compara. Es una raya sobre el agua, abuela querida. ¿Crees que sería castigo a esta altura? ¿Y si fuera regalo, lo has considerado? Pon tus ánimos sobre las manos de Dios. Dile lo que quieres, dile lo que le agradeces, dile lo que le reprochas. Dile: "Padre, soy tu instrumento, haz de mi lo que tú pretendas es mejor". Yo te apoyaré. Yo te obsequiaré mi hombro. Yo tiraré pétalos sobre tu caminar. Tú ya has saltado todas las vallas, estás cansada, lo entiendo, solo te pido que des tu último esfuerzo. Aférrate a recuerdos, aférrate al cielo azul, al aire tibio de verano, al sol radiante de la mañana. Aférrate a nuestro amor. No pienses en los errores, no pienses en el dolor. Piensa en ti. Confío en ti. En mi corazón estás, en mi corazón irás. Siempre. No te preocupes. Un regalo hay para ti. Todo fue una broma macabra del destino, diría en este caso, pero solo diré que fue así. Y bien que lo supiste afrontar. Ahora solo te queda comprender.
Te amo viejita querida.
Que la vida nos vuelva a sonreír no cuesta nada.
A saltar vallas.
A vivir.

Maylena
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