Se habían ido corriendo a ver si alcanzaban el tren. Ella sollozaba más de la cuenta, porque su barriga pesaba más de la cuenta. Cantaba y danzaba a pasitos cortitos para olvidar aquella situación.
El le metía la mano por la nuca y jugaba con su pelo. Era relativamente corto, porque extrañamente se le había estado cayendo más de costumbre.
Estiraba sus brazos e intentaba penetrar los ojos brillantes de frío con que él la miraba.
A veces terminaba sentada sobre sus rodillas, cuando él la protegía en su regazo.
Aquel día no lo hizo.
Ella no pudo retirar el pañuelo que guardaba en su bolsillo, tuvo que hacer uso de sus mangas.
El ya había puesto todo el peso del bolso sobre sus hombros y soltaba su mano.
Algo dentro le dijo que volvería.
El no estaba seguro.
Aquella noche no durmió y tal vez no dormiría las siguientes noches. Su rostro en el vidrio era una imagen perpetua.
El le dijo: Te amo Amalia.
Ella gritó: Yo te esperaré.
Nunca más olvidó el sonido de la máquina partiendo. La guerra se lo arrebató allá a lo lejos, donde el tren lo había desovado.
1 comentario:
A veces las palabras ante escritos como éste, estan de más.
3, 2, 1
Mi silencio...
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