A veces escupía sangre por la boca y otras tantas un fuego amarillento pálido que no se alcanzaba a percibir como excremento a pesar que creyó que las naciones se habían unido su casco ya no le protegía de las náuseas que recorrían sus extrañas y le hacían caer de rodillas sobre sus vestimentas púrpuras como la misma sangre que expelía a chorros y otras veces no tanto sin taparse la nariz.
Había cortado un par de flores tal vez para regalárselas a alguien que tal vez olvidó también para conservarlas como le había conservado tal vez la amistad de aquellas noches calurosas sobre el heno que masticaba el caballo que los había oído sollozar tantas veces y otras tantas gemir de placer.
No entendía que hacía que su piel se llenara de escamas descascarándose más rápido de lo que secaba sus lágrimas que alguna vez desechó para nunca más cerrar la llave con la que terminaba de expeler risas y gritos de sangre por la boca sangrante.
Había recorrido distancias enormes para encontrarse con lo que tanto esperaba desde hacía décadas y siglos para determinar que dónde había llegado finalmente no era más que el principio de un camino que no tenía perspectiva alguna de terminar más allá de los vellos de sus brazos brillantes y dorados como el sol que le golpeaba la cara generándole una carraspera que no paraba a pesar de escupir toda la saliva sangrienta que llenaba sus amígdalas.
Esa tarde no comprendió porqué las aves volaban hacia el sur buscando nidos desechos por el viento ácido que le había quemado el casco y devorado sus cabellos nítidos como el reflejo que en ese mismo instante producía el riachuelo con el que llenaba su cantimplora de recuerdos y canciones tatareadas por su abuela.
Recordaba sus huesos retorcidos por los tan ansiados bailes donde le veía tal vez con alegría tan vez ni le veía aunque sólo sus hijos se mantenían cuerdos sin poder pestañar porque el fuego ya le había eliminado por completo los últimos pelitos que dejó el invierno.
Vamos a seguir adelante porque no nos puede detener un bus en su estación esperando el cambio de turno ni porque las encías se deshacen mientras los colmillos crecen hasta romper los labios que tanto han besado quizás tan poco que la lengua no ha conocido sabor alguno a derrota ni compasión ni amor dicen.
No pretendía deternerse ahí porque tanto había luchado para terminar lo que tantas lunas le había costado a la espera de que llegara y llegó un día que no esperaba pero esperaba tanto que las ansias le carcomieron las entrañas impidiéndole generar vida cuando la vida se anida en lo más profundo de su ser.
No ha de desesperarse pues las medicinas curan llagas de tormentos y diluyen la sangre que se coagula por allí en alguna que otra venita que pretende explotar cuando las balas cruzan apenas la piel de reptil.
Acá está su cuerpo ya sin vellos ya sin piel y sus entrañas deseosas de espera que tal vez serán vencidas por algún veneno de araña mosca pájaro ave nube cielo azul luz y noche.
Canta feliz las dichas de tener sangre.
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