Desciendo rápidamente del gatito azul, es que es una suerte encontrar el semáforo en rojo. Me desvío porque la vereda está cercada con una reja verde infinita. La dejo a ella en el portal de sus obligaciones y me despido con un beso en la mejilla. Desenredo los cables de mis audífonos y emprendo mi dulce travesía. Camino con apuro, no entiendo porqué si el semáforo suele obsequiarme un verde. Cruzo los brazos y observo a los anónimos sobre las micros. Sus caras somnolientas miran a través de la ventana sin horizontes aparentes. Al alcanzar la esquina admiro la majestuosidad del cerro que se expande ante mis ojos. Por un momento desvío la mirada para contrastarlo con la imagen de tres personajes bajo una desgastada frazada azul. Espero con paciencia esta vez cruzar esa calle que me recuerda a momentos al caudaloso río Maipo. Siempre espero, es esquivo ese poste bicolor, siempre me enrostra un rojo. Mi camino continúa con lentitud, doy un salto sobre la rejilla de ventilación del metro, intentando sin resultados sacar la cuenta de cuánto dinero ha arrebatado a descuidados transeúntes. Alzo la cabeza, me distrae ese cerro siempre verde, que conserva tanta historia, tanta sangre en su regazo. Cuento las personas con las cuales lo he recorrido. Saboreo los recuerdos. Me veo en aquel fuerte, luego de haber degustado un refrescante mote con huesillos. Lo dejo pasar, pertenece al pasado. Pauso mi paso, leo con detención los carteles que publicitan música sobre escenarios. Me sorprendo al ver en grandes letras Akineton. Analizo el día, la hora, el lugar ahí indicados. Pienso: “tal vez él irá, seguro irá”, y continúo caminando. Me encanta descubrir, cada día, un centímetro más de esas escalas enrejadas. A veces odio a los jóvenes que con certeza veré metros más adelante, otras no, simplemente los ignoro. Recorro con la mirada ese edificio terminado, el cual acompañé en su nacimiento. Analizo detalladamente si me mintieron, pero no, es idéntico al de la muestra. Alcanzo a esta altura la ventilación de la siguiente estación. Calculo mentalmente cuántas ventilaciones me esperan e intento, sin resultados, sacar la cuenta de todo ese dinero conservado en el fondo. El edificio Diego Portales me murmura su historia. Continúa herido, pero tiene esperanzas. Yo comparto las mías con él. Y luego, otra ventilación. Con ésta tenemos una leve complicidad; vio mis pies acompañados por otro par de suelas de goma. La gente que espera ansiosa el próximo bus me mira con extrañeza. Qué más da, subo el volume de la música de fondo que me acompaña en mi viaje matutino. Al fin he alcanzado ese punto de reunión santiaguina. Donde todas las calles y las alegrías convergen. Allí todos caminan con apuro sin mirarse las caras. A veces acepto el diario que me ofrece una mano extendida. Otras, no quiero saber de noticias ajenas. Miro con malicia las flores que deslumbran de color. Generalmente son pensamientos. Quisiera hacer un angelito recostada sobre ellos, agitando mis brazos y pies al unísono. Me asombro de ver cuánto han crecido esos árboles polluelos. Intento incansablemente de encontrar rastros de sangre vaciada sobre el pavimento, imaginando las historias más trágicas los sábados por la noche. Me digo que asistiré a la exposición en exhibición, pero nunca sucede. Me destroza la imagen de un anciano y su vaso sonajero. Pienso que si dejo caer cien pesos diarios dentro de su colecta, el tendrá dos mil pesos seguros al mes. Pero quedo en eso, en pensamientos. El camino ya se vuelve agotador. No tengo más ventilaciones, han escapado de mí hacia el otro lado de la calle. Comienzo a concentrarme en la música. Por lo general, tarareo los temas sin pudor. Tal vez alguien me mire con vergüenza ajena, tal vez otro se contagie de mi desinhibición. “Ya me queda poco”, pienso, “quiero seguir”. Intento observar cada rincón de ese incógnito convento, pero es egoísta, se oculta de mi. Ya estoy cerca. Busco entre las caras anónimas alguna que no lo sea. Rara vez ha sucedido. Camino por la cuneta de la calle, me gusta desafiar a los automovilistas sonámbulos. La vereda se asemeja a las calles de San Fermín. Llego a mi destino y concluyo: “pucha que me gusta caminar por Santiago por las mañanas”.
4 comentarios:
caminando por la calle, descubrir que un dia comun puede ser algo significante
y en los oidos se escucha la musica de fondo de una pelicula matutina
bueno ando de pocos aportes
pero poco a poquito pondre mas empeñito jhajajha
muxos diminutivos
en fin
te cuidas
Ola! Me Wangbu. Soy de las Filipinas. Usted tiene un hermoso blog. Estoy tan feliz de visitar.
hola!!
muy bonita entrada saludos desde toluca con mucho cariño...!!!!
¡Cuántas cosas! ¿Las ibas anotando?
Quiero un post como el que te dejó el filipino.
Tescribí antes pero parece que no salió... los PCs de la U están infestados de estrés, quizá fue eso.
Ya nos hablamos. Cuídese.
Salud!
PD: Le resto uno a su conteo para considerarse psicó... ;)
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