Veía las parejas pasar con demasiada paciencia, demasiada pensaría aquella señorita, porque al rato ya se habría cansado de ver esas imágenes, para ella paganas, de enamorados tomados de la mano caminando sin destino aparente.
Dobladas sus rodillas sobre ese banco de parque ansiaba su llegada. Atrás de ella una enorme palmera le otorgaba una fresca sombra y el pasto húmedo un aroma que la adormecía. Hacía un tiempo ese pastó lodoso la cobijó bajo la misma sombra de la solitaria palmera y el abrazo de su amado.
Hoy vería pasar jóvenes en bicicletas y ancianos dando de comer a las aves del lugar.
Ya no siente pena, ni angustia. Solo espera.
Tiene un corazón latiendo, no sabe por qué. Tantas veces se ha desilucionado de tantos. Claro, diría ella, la desilución solo provenieve de una ilusión muerta, sin ilusión no hay desilución.
Por los caminos ficticios de aquel parque ella caminó con aquellos. Aquellos los llama ella, porque sus nombres han desaparecido.
Compartió momentos, compartió besos, compartió risas...
Ha amado a aquellos, claro que los ha amado, de distinta manera, cantidad diría ella, y distinta intensidad, pero los ha amado.
Hoy quisiera ser una de esas jóvenes que comparten su mano ligada a otra. Pero no lo es.
Ella está amando al viento. Amando sobre un acantilado hacia el mar. Amando sobre una montaña sobre las nubes. Amando en vano.
Ella lo espera, mas el no llega. ¿Por qué no llega? ¿Hasta cuánto habrá de esperar?
No llegará. Por más que ella espere. Por más paciencia que ella tenga, por más que ella lo desee con todo su corazón, no llegará.
Lástima, diría ella, no se dio la oportunidad.
Mas, ella lo ama. A aquel que le ha dado vuelta el rostro.
Sin embargo, el pasto lodoso huele tan bien, las aves cantan tan bello, el sol sonríe con ánimo y su amado llegará. Solo con otro nombre, pero llegará.
¿Cuándo?
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