Sobre un cerro el horizonte pareciera lejano. Allá vemos a los que quedaron atrás e intentas disimular que poco te importa ya que sus momentos no pertenecen a tus caminos, sin desconcertarte.
Tú que apareciste y te volviste un alma errante, perdida sin destino, como estrella fugaz pasaste y quizá tu estela me hirió los ojos, cegándome por un instante de dicha y placer.
¿Cómo saber que eres tú?
Los paseos de amable goce, con un poco de satisfacción con gusto a dulzura y candor. Yo no entiendo porqué han de acabar los pastos verdes y las nubes grises.
Alguna vez aquel que creíste compensaría tu alma rota, llenándola a la velocidad rauda de la luz, deja sin compasión un orificio aún mayor que el que tanto temiste volver a tocar, por el miedo que te atormentaba lo desconocido de su interior.
¿Cómo saber que eres tú?
Hoy el cielo parecía matizado de marrón y celestiales eternidades. Esponjosas miradas brillantinas, lentejuelas de luces y humos en la lejanía de lo que observaba, distante de las emociones que esperaría llegarán de golpe y tocarán la puerta de mi razón, despidiéndola a patadas, para darle paso a la entrada al corazón, frente a las emociones como público frío y calculador que espera el instante del tropiece y la voz temblorosa del que intenta recitarles un poema de pasión, para soltar una carcajada despiadada y convertirlo en pedacitos, bajo una sedienta crueldad.
Fuiste uno, fuiste otra. Sólo fuiste un soplo, para qué negarlo, si abriste tu palma derecha y juraste que no lo eras, faltando a tu moral de buen prójimo, mintiendo con tal de salir libre de los pecados que cometiste, acrecentándolos con una maldad superior.
¿Cómo saber que eres tú?
Cambiaste de rostro, de voz, fuiste pasado, serás futuro y ¿cómo diablos saber que eres tú?
El juego se vuelve desesperante y disimulo en lo más mínimo el temor que me produce dejarme llevar por las ilusiones que me provocan crear mundos y levantar castillos en el aire que pisotearé porque aquella ventanita por la cual la princesa debiera huir a los brazos de su príncipe amado nunca abrió.
Supe que felicidad trajiste en el tiempo propicio. Supe que me elevaste por cielos huracanados y que caí al mar, hundiéndome en lo más profundo de arenas movedizas y cactus que desesperan por desaguar la sangre de su víctima con el cariño de sus espinas. Supe que la alegría me colmó y que el instante fue insuperable. No podía exigir más de todo lo que ya tenía. Fuiste uno, serás uno.
¿Cómo saber que eres tú?
Volverás a aparecer de entre cortinas rotas, emitiendo un sonido chirriante por la fricción de tus dientes, mas no emitirás palabra alguna, puesto que yo debo abrir mis ojos y entender los tuyos y reconocerte cuando hayas llegado y no dejarte partir bajo la lluvia, el sol o los desiertos que se esconden entre mis senos.
Tu olor debiera ser mi pista, tus manos el indicio de la necesidad de tomar las mías, tu vientre el rastro con el cuál encontraré aquello que desconozco, pero que siempre he sabido que es.
La ignorancia no me mata, me absorbe por no saber que eres tú.
¿Cómo saber que eres tú?
Tendrás tantos nombres, crearás tanto deleite, tanto dolor. Seguro vas y vienes y ¿cómo saber que eres tú para detenerte?
Tal vez ya te dejé pasar, porque las calles son angostas y el tráfico arrollador. Las luces sólo caminan por una vereda y se esconden en las sombras todos tus pavores alucinados de la luminiscencia de notas musicales que escapan de tu lengua, enredándose en mis cabellos, acariciando mis orejas, resguardándose en mi boca.
Yo no temo tu llegada. Yo no temo tu partida. Sólo ayúdame a saber ¿cómo saber que eres tú?
Vendrás, te quedarás, irás sin conocer tu destino. Olvidarás que estuve allí, olvidarás que estoy aquí. Alguien más te encontrará, no lo dudo. ¿Cómo sabrás que soy yo?
Y de coincidencias debiéramos vivir, para que los aciertos no nos cayeran sobre los hombros como carga, más bien fueran ellos los que nos hicieran reconocernos con la vista en alto y los pies arrumados entre los brazos, con los bellos de punta y la sensación de que mis entrañas reconocen el poder de tu esencia, que somos.
¿Cómo saber que eres tú? ¿Cómo sabrás que soy yo?
Y es que el azar y el destino son malévolos antagonistas de lo que pensaríamos es solo cosa de tiempo y, por lo demás, jamás se ha detenido para permitirnos el derecho de sentarnos a beber una taza de café, consumiéndonos con la razón bloqueada, las pasiones desatadas y uno que otro canto de pajarito.
No eres la radio encendida con canciones en francés. No eres el disfraz del payaso que odia su función y ansía un trabajo de oficina. No eres el semáforo con personajes que tú asumes te indican detenerte o avanzar, cuando perfectamente podrían insinuarte que aquella puerta que vas a cruzar te lleva al baño de hombres. No eres
Pero…
¿Cómo saber que eres tú?
El consuelo ha de quedarme de tener la certeza de que cuando tú sepas que soy yo, yo no dudaré en inclinarme a tus pies para aceptar que de alguna manera u otra siempre fuiste tú.